En aquel remanso de paz cuando se encontraba jugando se deshacía de su memoria, la dejaba a un lado, apartaba el sufrimiento y sus deberes más vitales, todo ello por la insultante necesidad de apostar, de perder o ganar, al final solo existía el jodido vicio. La vida es cuestión de prioridades, y como tal, siempre hay que decidir, ¿rojo o negro?, ¿par o impar?, ¿suerte o desgracia?,...
En esa mesa, al menos, uno mismo decide lo que uno quiere, la decisión es dificultosa y de manera automática, guiada por impulsos, sin darle la merecida tregua que precisa esa decisión de cómo, cuándo y de qué manera se acaba por perderlo todo, no hay tiempo para decidir, el verdugo acaba con las ilusiones del hombre que nunca entenderá, que siempre, siempre, gana la banca.
Aún así, es evidente que es un juego de azar, el pulso se acelera, entre tanto unas copas alivian el suplicio bañado en Whisky, la mirada se emborrona y se envalentona su corazón arrojando más dinero a la mesa, confiando su suerte y toda su economía familiar a la siguiente jugada, hasta la última apuesta siempre tiene la confianza, la fe de ganar, de remontar las pérdidas, de luchar contra las adversidades y levantarse de la mesa de tapete verde habiendo ganado una fortuna.
Otro día más entraba en casa con sumo sigilo, intentando evitar explicar a su mujer una historia inventada minutos antes para justificar otra vez porque no llegaba dinero a casa para cubrir las necesidades más básicas de la vida diaria.
Estirado en la cama con la luz cerrada, lo cierto es que: ya no lamentaba perder, ni derrochar el dinero, la costumbre de vivir sin dinero se había convertido en un trámite que surge de la misma condición de vivir, de sobrevivir, de arrojar el dinero en un instante de puro nervio, de relámpagos en las sienes, de evocar imágenes que muestran la alteración de lo que aún es desconocido, del afán por acaparar y disponer de la libertad que produce el dinero. La barrera psicológica añadida a la barrera moral se enquista en la mente al no poder disponer de un mínimo de poder económico, es la misma que lleva a querer multiplicar el dinero por la vía fácil, rápida y sin esfuerzo. El creer que es relativamente sencillo obtenerlo crea una potente ilusión en la mente, que no aprecia el peligro de perder lo poco que se posee, el vértigo del juego lleva a la extenuación de la voluntad, que anulada por completo cree que hasta el último céntimo jugado en esa mesa puede hacer cambiar la realidad de la ruina más severa.