domingo, 12 de julio de 2015

BAR "CAN CAFE"


Las agujas de mi reloj indican las seis de la tarde, hora de la partida de dómino en el Bar del pueblo,  Can Café, mientras y de fondo, el típico ambiente de cada día... 

"camarero!!!, un carajillo, por favor...... marchando"



Al otro lado. sonaban las tímidas notas del piano que cada tarde hacía sonar Doña Emilia,  antes de retirarse a sus tareas de organización del bar, acto seguido dejar encendido el televisor en blanco y negro para deleite de algún solitario y aburrido cliente.



Hoy era un día especial para Vicente, el alcalde del pueblo, organiza un banquete esta misma noche en la sala comedor, junto al Bar, para celebrar su aniversario de boda. Los músicos ya están llegando y esperan sentados en la barra mientras deciden las piezas a tocar y en que orden.


Todavía falta el guitarrista y cantante, siempre es el último en llegar, escondido de las gentes y de todo lo social, se sienta en la barra apartado del resto del grupo tomándose a solas su habitual Johnnie Walker con tres cubitos a medio deshacer en el interior de una copa. Ni el alcohol logra hacerle huir de esa exagerada timidez, incluso cuando más desinhibido está pide sus copas con la cabeza baja, sin mirar a ninguna parte y en voz baja. Fuera de su familia y de su ridículo círculo de amistades nadie conoce el nombre de aquel despeinado muchacho.




Los días de concierto y después de una larga espera, es el momento de desenfundar su guitarra y tocar aquellas cuerdas con aquella brillante manera de arrastrar, todo cambia dentro de él, transformándose en el mejor de los cantantes de la provincia y con un desparpajo aterrador al cual se sumaba todo el público de sus conciertos. En la sala todavía silbidos y grit0s al mismo compás: otra, otra, otra... Eran los inicios del Rock  Roll. 



A la vez que sus compañeros de grupo se apresuran a sacarlo del local por la puerta de atrás, para evitar las avalanchas de eufóricas fans, subirlo a un coche, gas a fondo y a hombros dejarlo en su casa sano y salvo.  
     




sábado, 4 de julio de 2015

MONJAS DE LA ROSALEDA


En el año 1858 dos hermanos, descendientes de empresarios textiles de la ciudad, compraron  unos terrenos junto al río Llobregat para construir una nueva fábrica, cuya maquinaria seria impulsada por la fuerza del paso de agua. 
Inició su actividad  textil hacia el año 1860 con máquinas de hilar y cardar, poco después se incorporaron  los telares y a finales de siglo ya era la industria textil más importante de la ciudad. Posteriormente se construyeron los edificios de la fachada de la carretera de acceso a la ciudad, donde estaban situados el almacén de balas de algodón, las abridoras, los batanes, el portal con la portería para el control de entradas y salidas y la casa de dos pisos donde vivían los propietarios durante sus estadas en la colonia. 
Ya en el siglo XX se construyeron las oficinas y la sección de acabados, blanqueo, tinte, apresto, confección, doblado y empaquetado. A mediados de este siglo la fábrica llegó a tener 1200 trabajadores repartidos en tres turnos, unos 500 telares y las correspondientes máquinas complementarias de todo el proceso textil. 
Fue preciso construir pisos para los trabajadores, iglesia,  colmado, cafetería, hostal, estanco, convento con escuela, residencia para chicas jóvenes,  teatro y comercio. La colonia ya era como un pueblo, hasta que el ritmo de producción se paró momentáneamente en las décadas de 1970 y 1990, debido a la crisis que afectó la actividad textil y que provocó en primer lugar la supresión de la línea de tren y finalmente el cierre de la fábrica en el año 1992. Hoy, 23 años más tarde, aquel núcleo industrial solo conserva en uso el edificio del convento de monjas usado en la actualidad por artistas con fines culturales.