domingo, 22 de febrero de 2015

MASIA DE LAS 7 CABRITAS


Aquí no existían las horas, las prisas, las obligaciones, ni los compromisos, el pastor dedicaba todo el tiempo, con esmero, al cuidado que requería su rebaño de siete ovejas. Por la mañana y por la tarde sacaba del establo el rebaño y daba un paseo por la montaña, las ordeñaba, y con la leche obtenía quesos, mantequilla, requesón, nata y todo ello de una calidad excelente.
Recientemente había cumplido sus 86 primaveras, gozando de una buena salud, fuerza y vitalidad inusual para su edad.
A los pocos días, durante el diario paseo del atardecer,   afectado por una demencia repentina, perdió la noción del espacio y el tiempo e incluso de quien era él mismo y como se llamaba, anduvo a la deriva por aquellas montañas que tanto había conocido como las palmas de sus manos. Las cabritas, solas y a paso tranquilo, conocían el camino de vuelta y al anochecer entraban en el  establo quedando a disposición de temibles lobos y chacales. Aquella noche el pastor no volvió a la masía en la que había vivido desde su infancia y desde entonces aquellas paredes han resistido al paso de los años esperando que algún día el pastor entre de nuevo por la puerta del gran establo.












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