sábado, 2 de abril de 2016

HORMIGONES CAT S.A.


La ciudad rumiaba la carne de los niños y los intestinos de las madres; era como una gran vaca de hormigón que devoraba el abundante pasto urbano. Los semáforos barajaban los colores con indiferencia, bajo una lluvia tan fina que podría ser solo una ligera niebla de invierno. La humedad fundía los vivos colores de los coches y velaba los cristales de ventanales y escaparates. 
Solía atravesar las calles y avenidas sin mirar. La ciudad lo perseguía a su alrededor mientras se estremecía, bramaba con fuerza el ruido sordo y constante como en todas las grandes urbes. Caminaba a paso ligero y sin desviar la mirada; pero no podía huir del ruido de los coches, de las sirenas de la policía, de la estridencia de las ambulancias, humos de inevitable respiro, del latido profundo y agitado del trajín de la multitud. 
Con la parsimonia de lo inexorable, corría la desesperación por sus venas, la sentía crecer dentro de él pugnando por expandirse hacía el exterior de manera exponencial, siempre amenazando con provocar un estallido que propagaría su cuerpo, ya descuartizado a mil pedazos, por el negro y grasiento asfalto. Dicen que no se puede huir de uno mismo y menos de esta estresante ciudad, pensaba él desde su interior. 
Sus pasos marcaban los segundos mientras deambulaba con la seguridad de un péndulo perfectamente calibrado. Y como dicho péndulo, él se sentía, moviéndose continuamente hacia ninguna parte. Fuera a donde fuera, encontraba siempre lo mismo. Le perseguían las mismas caras, las mismas miradas y las mismas voces. No existía novedad alguna o quizás prefería desconocerla. Como si su vida se hubiera detenido en algún momento lejano que ya no podía recordar; y que no hacía más que repetirse una y otra vez en un bucle sin salida. 
No tenía conciencia de ser desgraciado, ni feliz, solo era el vigilante nocturno de aquella cantera, fábrica de hormigones, con la finalidad de nutrir a la gran ciudad de más hormigón para edificar sin parar, día tras día y año tras año.
Uno día más de tantos. Dormía siete horas exactas. Todo en su vida era exacto y calculado. Fichaba a las 20.00 horas su entrada en la fábrica, trabajaba 12 horas seguidas hasta las 8.00 del día siguiente, y apagaba la luz de la mesita de noche a las 10.00 de la mañana, hasta las 19.00; y vuelta a empezar. Como un péndulo, ida y vuelta, de casa a la fábrica, dibujando con el paso de los días la elipse alargada de su agobiante rutina.






















2 comentarios:

  1. Yo no podría llevar una vida tan calculada y monótona. Necesito improvisar y que la creatividad forme parte de mi rutina diaria. Por eso tal vez,tus fotos resultan más tristes todavía de lo que son, ya que no puedo disociarlas de la historia que nos cuentas; por cierto, muy bien escrita. ¡Buen trabajo, Jordi!

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    1. Gracias Carmela López!!!
      Tu comentario me llena de satisfacción!!! inerpreto que el reportaje, en el conjunto, es un buen trabajo ya que te ha llegado a tocar la fibra,,,,, eso es genial!!!
      Un saludo
      Jordi
      Recuerdo Abandonado

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